[0482] • PÍO XII, 1939-1958 • EL RECTO ORDEN DEL MATRIMONIO Y LA FAMILIA, FUNDAMENTO DE LA SOCIEDAD
De la Alocución Penitus commoto animo, al Episcopado católico, 2 noviembre 1950
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[14.–] Y, además de esto, si atendemos bien y con diligencia a las circunstancias de los tiempos que vivimos, en Nuestro pensamiento y en Nuestra preocupación están grabadas muy profundamente aquellas otras dos cuestiones tan grandes, es decir, las relativas al matrimonio y a la familia. Estamos seguros de no engañarnos al afirmar que el desorden que doquier y profundamente perturba al matrimonio y a la familia, es lo que inficiona a la sociedad moderna y daña a la salvación de las almas, a manera de tremenda peste. Y aunque tanto sobre la teoría como sobre la práctica tocantes a dichas cuestiones se ha escrito increí blemente muchísimo, la verdad es que mal tan deforme continúa agravándose y se recrudece sin cesar. Ni podía ser de otro modo, cuando quienes se empeñan en curar la herida, y quienes necesitan el remedio, arrancan el matrimonio de la ley divina doquier proclamada por la naturaleza humana y también promulgada por la doctrina de la Iglesia.
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[15.–] No hay adecuado lenguaje que se atreva a pintar el fangoso torrente de libros, folletos, revistas, periódicos de toda clase, en los que con palabras e ilustraciones saturadas de ligereza y de deshonestidad se llega a corromper el sano juicio del pueblo y los rectos sentimientos humanos.
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[16.–] No desconocemos, ciertamente, ni estimamos en poco los progresos de que se glorían la medicina, la psicología y la sociología; más aún, vivamente deseamos que así los cuidados psicotécnicos como la atención solícita en la investigación prematrimonial, atenta al bien de las familias, se beneficie de aquéllos. Lo que reprendemos y condenamos es que, pasando mucho más allá de los límites de una honesta y severa investigación, crecen sin cesar los impresos que se encubren con el falso y mentido nombre de ciencia, excitando a los lectores rudos e ignorantes a practicar morbosos placeres y a cubrir con el pretendido amparo de la ciencia los instintos de la más tenebrosa corrupción a que se entregan.
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[17.–] Indigno es de estudiosos y de profesionales el que cometan la imprudencia de hacer conocer a sus clientes, con daño para su alma y también para su cuerpo, algo de lo que ellos por razón de su oficio bien conocen. Hay que guardarse muy bien de que triunfe aquel gran error, que se impuso en la época de la “Ilustración”, de que el simple conocimiento es causa suficiente para que el hombre y sus actos sean también buenos. Si tal opinión fue siempre peligrosa, en esta materia es verdaderamente mortífera.
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[18.–] Y no menos dañosas son las cosas que se publican y divulgan intencionadamente para llegar a formar artificiosamente una opinión que, en verdad, no sin ahogar violentamente la moral y sin dañar a la misma economía, rija las relaciones de ambos sexos y señale el modo de comportarse así en el contraer matrimonio como en la formación de la familia. ¿Acaso no se destruye plenamente el orden moral, cuando el hombre, imagen de Dios, se deja llevar –en lo que toca a lo más íntimo de su persona– por quienes indecorosamente no quieren sino que de todo se logre placer? Una sana y sincera educación pública, en torno al matrimonio y a la familia, es fuente vital que sirve para señalar los principios y las normas de la vida; y, por ello, es necesaria.
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[19.–] Pero para ser tenida por sana, y para que en realidad lo sea, no deberá ser tan sólo una norma venida del exterior, sino una firme y continua disciplina, que nace espontánea de la misma naturaleza humana y que somete el hombre a Dios y a su ley divina.
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[20.–] Esta íntima dependencia –del matrimonio y de la familia– de la ley divina es como el ápice y el quicio de Nuestra consideración. Tan sólo esta fidelidad al pacto nupcial puede ofrecer, en los difíciles momentos de la vida, la defensa y protección absolutamente necesaria contra la ligereza, inconstancia y mutabilidad humana. Defensa que cumple su acción bienhechora aun en las más difíciles adversidades, no daña a la condición propia de la sociedad familiar, ni torna falso o infiel el vínculo que entre sí une a los cónyuges.
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[21.–] Materia ésta, en la que hasta no pocos católicos opinan confusa y erróneamente. Porque hay una falsa filosofía que enseña a despreciar y rechazar por completo toda norma exterior, esto es, la ley, como ajena a la verdadera naturaleza humana y por ser enemiga y aniquiladora del vigor de una vida fecunda e íntegra. Y es claro que de tal filosofía, tan perversa, ha de temerse que se origine la plena ruina de las santas costumbres del matrimonio y de la familia, cuales florecen doquier que se respete la doctrina de la Iglesia. Por ello nada importa tanto como el divulgar, oportunamente y en todas las partes sin excepción, esta doctrina fundamental de que, a saber, el hombre ha nacido para conseguir su felicidad temporal y la eterna, pero que no puede lograr ninguna de las dos, si no cumple con sus deberes y si no obedece a la ley de Dios.
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[22.–] La razón es que, quitado este vínculo, hay cosas que ya no pueden entenderse ni tampoco pueden subsistir: el derecho de cada uno a defender y perfeccionar su propia personalidad, la libertad de la persona, la conciencia de dar cuenta de todos nuestros actos. Quien apelare en contra, alegando el don de la libertad que le ha sido otorgado por Dios, para declararse libre de guardar aquel orden divino, maneja vanamente palabras entre sí contradictorias. Camino tal, jamás puede emprenderse, porque es criminal y dañoso, hasta cuando alguien, por ese medio, pretendiera auxiliar a las personas en momentos críticos de su vida matrimonial. Luego es pernicioso tanto para la Iglesia como para la sociedad el que los Pastores de almas, en la enseñanza o en la práctica, callen habitualmente y a sabiendas, cuando se violan las leyes de Dios en el matrimonio, que siempre están en vigor cualesquiera fueren las circunstancias. Se buscan excusas principalmente en razones de pobreza, de escasez de bienes familiares, que suelen determinar una situación muy difícil para el matrimonio y para el hogar. Con todo el afecto paternal Nos compadecemos de tales cosas, y las lloramos. Pero no es lícito desviarse de la estable y firme senda del ordenamiento divino. Y éste no falla ahora ni jamás fallará; lo que conviene es que las condiciones de la vida social, ante necesidades tan exigentes, se mejoren cuanto posible sea. Y si todo cristiano está obligado, por justicia y caridad, a esta tan saludable reforma, ello obliga más aún cuando se trata de auxiliar a una ingente multitud de hombres que pueden llevar, en el matrimonio, una vida justa, recta y feliz, tan sólo si se vencieren aquellas tan durísimas dificultades.
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[23.–] Ahora bien; con gran frecuencia por los labios de los hombres revolotea esta palabra: “seguridad social”. Si ello vale tanto como decir que la seguridad haya de deberse a la sociedad, mucho tememos, Venerables Hermanos, que el matrimonio y la familia sufra detrimento. ¿Qué clase de detrimento? Tememos no sólo que la sociedad civil acometa cosas ajenas a su misión, sino también que languidezcan el sentido de la vida cristiana y aun la ordenación toda de la vida, y que hasta lleguen a extinguirse. Con tal palabra se propagan los postulados maltusianos; con tal palabra se tratan de violar no sólo otros derechos de la personalidad humana o siquiera su ejercicio, sino también los derechos mismos que al matrimonio y a la prole corresponden. Para los cristianos, y en general para todos cuantos creen en la existencia de Dios, la seguridad social no puede ser otra cosa que la seguridad en la sociedad, y con la sociedad, en la cual así la vida natural del hombre como la constitución y desarrollo del matrimonio y de la familia sean el fundamento en el que, apoyándose la misma sociedad, cumpla su misión con todo orden y seguridad.
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[24.–] Cuando corrían recientemente los tiempos más calamitosos, la familia, aunque debilitada por tantos conceptos, muy bien mostró la gran capacidad que tenía de resistencia. Pues, por esta su fuerza a ella connatural, vence fácilmente a todas las demás instituciones humanas. Por eso, si se pretende ayudar eficazmente a la sociedad humana, nada se ha de omitir para que la familia se conserve, se mantenga y sea apta para defenderse a sí misma. Y ésta es la tercera cosa que con las más instantes oraciones suplicamos a la Santísima Virgen María, Asunta al cielo. Hallándose el matrimonio y la familia en circunstancias tan adversas como injustas, de tal suerte que hasta falla la difícil esperanza de vencerlas, quiera María con su eficacísima intercesión suplicar a Dios Creador y Redentor, que los hombres se vuelvan a aquella excelsa naturaleza del matrimonio, según Él mismo la quiso y constituyó, digna de toda veneración, y que todos los hijos de la Iglesia siempre y únicamente se unan por el sacramento del matrimonio, y representen con su casta unión, como con sacro misterio, la admirable unión de Cristo con su Iglesia (1).
1. Cf. Ef. 5, 25-33.
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[25.–] Pero donde florecen los matrimonios inmaculados, adornándose con las cristianas virtudes, a la par y progresivamente florecen la casta virginidad, alimentada en el amor de Cristo. Exhortad a vuestro clero os lo rogamos, a que tenga en gran estima y cultive religiosamente este excelso género de vida que iguala a los hombres con los ángeles, y que aconsejan también a los demás el recorrer tan noble camino de virtud, y singularmente a quienes pertenecen al sexo femenino, pues si languideciere su colaboración en el ejercicio del apostolado, grandes daños sufriría la Iglesia.
[EM, 567-576]
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[14.–] Praeter haec, si attentiore diligentia considerantur adiuncta temporis, quo vivimus, pergrandes quaestiones, eae scilicet quae ad matrimonium et ad familiam pertinent, defixius ad se Nostrum revocant obtutum et studium. Neque Nos falli arbitramur, si perpendimus inordinationem, quae coniugium et familiae institutum late penitusque perturbat, hodiernam hominum societatem veluti pestem inficere et animorum saluti perniciem afferre. De quibus quaestionibus, sive ad theoriam sive ad usum quod attinet, licet incredibiliter multa scripta sint, tamen deforme malum aggravatur, recrudescit. Nimirum aliter contingere nequit, quoad qui vulneri mederi conantur, seiungunt matrimonium a divina lege, qualem hominis natura undique versus denuntiat et Ecclesiae doctrina pariter promulgat.
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[15.–] Sermo nescit aeque pingere lutulentum torrentem librorum, libellorum, commentariorum, ephemeridum cuiuslibet generis, ubi verbis et delineatis imaginibus, futilitatis et inverecundiae plenis, populi sanum iudicium et rectus humanitatis sensus corrumpuntur.
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[16.–] Profecto haud ignoramus neque parvi pendimus progressiones, de quibus medicina, psychologia, et socialis doctrina gloriantur; quin etiam valde cupimus, ut animorum curatio, de re matrimoniali disposita consulatio instituta familiarum bono provehendo iis utantur. Id vero reprehendimus et improbamus, quod praeter et ultra honestas et severas indagationes miserabiles succrescunt litterae falso et commenticio nomine doctrinae, quae rudes et ignaros lectores excitant ad morbidas illecebras sentiendas et ad tegendos in se, fucata specie scientiae, tenebrosos corruptelae instinctus.
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[17.–] Dedecet doctrinae cultores vel artem exercentes aliqua, quae utiliter ipsi norunt, clientibus suis imprudenter palam facere, haud sine animi et corporis damno. Cavendum siquidem est, ne obtineat errata opinio, quae “illuminismi” tempore invaluit, simpliciter nempe nosse causam esse, cur homo eiusque vitae actus boni fiant. Quod opinari si semper periculosum, hac in re exitiale est.
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[18.–] Neque minus noxia sunt quae in populum ideo proferuntur et ex composito divulgantur, ut artificiose publica confletur opinio, quae quidem opinio, non sine compressione moralis et saepius oeconomici generis, utriusque sexus necessitudines regat et in coniugio ineundo et in familia instituenda agendi modum insinuet. Nonne ita moralis ordo pessumdatur, cum homo, imago Dei, in iis quae ad suam intimam spectent personam seducendum praebeat iis qui foe de solummodo utilia undique extricant? Sana sinceraque publica opinio de re coniugali deque familia haud dubie virium momentum est, quod valeat ad suadenda principia normasque vitae; itaque necessaria est.
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[19.–] At, si ea sana dicitur et revera est, non solum extrinsecus illatum est praescriptum, sed apprime et semper disciplina, quae ex integra natura hominis scaturit et quae hominem Deo Deique legi devincit.
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[20.–] Haec autem arcta coniunctio matrimonii et familiae cum lege Dei considerationis Nostrae est veluti apex et cardo. Solummodo haec obtemperatio nuptiali foederi contra hominum levitatem, inconstantiam, mutabilitatem in arduis vitae discriminibus omnino necessarium praesidium dat atque tutamen. Quod quidem etiam in adversis rerum adiunctis beneficam suam exserit vim, neque propriam domesticae societatis indolem laedit, neque vinculum, quod coniuges inter se nectit, falsum et infidum reddit.
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[21.–] Quo super argumento etiam haud pauci catholici homines confuse et perperam censent. Falsi enim nominis philosophia docet prorsus oportere, contemnatur et reiciatur norma exstrinsecus data, lex nempe, quasi a vera hominis natura sit aliena et hostiliter dissolvat integrae et fecundae robur vitae. Patet igitur ex perversa istiusmodi philosophia sane metuendam exoriri perniciem sanctis coniugii et familiae moribus, quales florent, si et ubi doctrina viget Ecclesiae. Quocirca nihil pluris interest quam ut tempestive et quam latissime divulgetur hoc doctrinae caput, hominem nempe ad temporalem et sempiternam felicitatem assequendam natum, neutram attingere posse, nisi officio, quo tenetur, satisfaciat et legi obtemperet Dei.
1950 11 02 0022
[22.–] Hoc siquidem amoto vinculo, res sunt quae neque intellegi neque statui possunt: suae uniuscuiusque personae tuendae et perficiendae ius, eiusdem personae libertas, actum nostrorum rationis reddendae conscientia. Quodsi quis appellat ad libertatis donum sibi a Deo concessum, ut ab ordine divino servando se solutum declaret, verba inter se pugnantia effutit. Haec via numquam carpi potest, quia flagitiosa et noxia, etiam cum quis auxilium ferre velit hominibus in asperis quoque coniugalis vitae discriminibus. Ergo perniciosum cum Ecclesiae tum civili societati est, si animorum curatores, in docendo et in usu vitae, sueto ex more et consulto tacent, cum in coniugio violantur Dei leges, quae semper vigent, quemcumque sors tulerit casum. Excusationes quaeruntur praecipue ex inopia rerum, ex rei familiaris tenuitate, quae matrimonii et familiae asperum statum et condicionem parere solent. Paterni animi affectu haec omnia miseramur et deflemus. Attamen fas non est recedere a stabili firmaque ratione divini ordinis. Ne hic usquam et unquam cedat; sed socialis vitae rerum adiuncta, tanta impellente necessitate, meliora fiant oportet. Quodsi ad salubrem huismodi mutationem quisquis christiano nomine honoratur, iustitiae et caritatis impulsu, suam debet operam impendere, eo vel maxime hoc interest, cum agitur de auxilio conferendo ingenti hominum multitudini, qui, solummodo durissimis devictis difficultatibus, coniugalem vitam aequam, rectam, felicem ducere valent.
1950 11 02 0023
[23.–] Nunc vero saepius per ora hominum hoc verbum volat: socialis securitas. Si hoc idem est ac dicere securitatem ope societatis, Venerabiles Fratres, valde metuimus, ne matrimonium et familia detrimentum capiant. Quodnam detrimentum? Timemus non solum, ne civilis societas aliquid aggrediatur, quod per se a suo munere alienum est, verum etiam ne sensus christianae vitae et eiusdem vitae componenda ordinatio lanquescant, quin imo restinguantur. Hac appellatione iam proferri audiuntur Malthusiana postulata; iam eadem appellatione violanda quaeruntur, quemadmodum alia humanae personae iura aut saltem eorum usus, etiam iura, quae ad conubium et ad prolem spectant. Christifidelibus et generatim iis qui Deum esse credunt, socialis securitas allud esse nequit nisi securitas in societate et cum societate, in qua naturalis hominis vita et naturalis coniugii et familiae ortus et progressus quasi fundamentum sint, in quo nixa ipsa societas ordinatim et tuto sua exerceat munera.
1950 11 02 0024
[24.–] Cum recens calamitosissima verterunt tempora, familia, quamvis multipliciter debilitata, profecto ostendit, quonam obsistendi robore polleret. Hac namque insita sibi vi cetera humana instituta omnia facile devincit. Quocirca si humanae societati iuvandae actuose contendatur, nihil praetermittendum est, quin familia servetur, sustentetur et suae ipsius tuitioni sit idonea. Hoc utique tertium est, quod instantissimis precibus a Beatissima Virgine Maria ad caelos assumpta postulamus. Ubi matrimonium et familia in rebus tam adversis et iniquis sunt, ut ardua superandi spes nutet, velit Maria validissima deprecatione supplicare Deo Creatori et Redemptori, ut homines redeant ad celsam coniugii formam, qualem Ipse voluit et constituit, verendam, atque ut omnes Ecclesiae filii semper et solummodo inter se opes sacramenti nuptialia foedera conserant et casto suo conubio veluti sacra imagine repraesentent mirandam Christi et Ecclesiae coniunctionem (cfr. Eph 5, 25-33).
1950 11 02 0025
[25.–] Ubi autem christianis exornata moribus florent intemerata conubia, pari gressu et progressu casta floret virginitas, amore alita Christi. Vestrum, quaesumus, adhortamini clerum, ut praecelsae huiusmodi vitae formam, quae Angelis homines adaequat, plurimi ducat, religiose colat et aliis quoque ad tam nobile terendum virtutis iter suadeat, praesertim ad femineum pertinentibus sexum, cuius si languescit in apostolatu exercendo sociata opera, magna damma perpetitur Ecclesia.
[DR 12, 289-293]